Me gusta mucho escribir a mano. Y me encanta atesorar cuadernos de todo tipo, con pastas duras, con papel reciclado, pequeños, mediados, satinados, cuadriculados, chinos… Mis tiendas preferidas son las librerías, seguidas muy, muy de cerca por las papelerías. Me lo compraría todo; de hecho, son las únicas tiendas de las que no puedo entrar y salir sin pasar por caja.
Cada vez que me compro un cuaderno nuevo decido que no empezaré a escribir en él hasta que no rellene los ocho o nueve que tengo distribuidos en diferentes lugares en los que me siento a escribir o leer. La decisión suele durarme hasta que me siento frente a él y tomo la pluma o el lápiz. Así que de vez en cuando me pongo a revisar los inacabados cuadernos, de todos los tamaños y colores que pueblan mi escritorio. Y descubro frases que me “engancharon” no sé por qué en determinados momentos; reflexiones mías o de otros que guardé; retazos de canciones o poesías; citas, recordatorios, guiones para intervenciones públicas, actas de alguna lejana reunión…
Hoy, esperando de mañana que me trajeran a Luca, mi niño, he encontrado un par de cosas que apunté allá por el año 1999. En un cuaderno del Parlamento Europeo, de la campaña de las elecciones, anoté en su primera página:
“A cambio de que ETA no mate, ruptura reglas básicas de convivencia democrática. ¿Eso es la paz?”
“Lizarra: La victoria política de ETA, -ayudada por los nacionalistas-, ya que la militar no la han conseguido”.
“Lizarra: La reivindicación de la historia de ETA, en positivo. Se reivindica el honor de los criminales”.
En otro cuaderno, de tapas duras, con dibujos persas y páginas de papel morado transcribí con tinta negra un párrafo del libro de Primo Levi Si esto es un hombre:
Primo Levi, sobre el perdón: “No, no he perdonado a ninguno de los culpables, ni estoy dispuesto ahora ni nunca a perdonar a ninguno, a menos que haya demostrado (en los hechos, no de palabra y no demasiado tarde) haber cobrado conciencia de las culpas y los errores del fascismo nuestro y extranjero, y que esté decidido a condenarlos, a erradicarlos de su conciencia y de la conciencia de los demás. En tal caso sí, un no cristiano como yo está dispuesto a seguir el precepto judío y cristiano de perdonar a mi enemigo; pero un enemigo que se rectifica ha dejado de ser un enemigo”.
He pensado que la próxima vez que tenga que pedir al Gobierno que utilice la ley para extirpar de las instituciones a los enemigos de la democracia me limitaré a leer estas palabras. Estas y muchas otras que son la memoria de la resistencia de todos los que hemos pasado toda nuestra vida entre enemigos de la democracia; todos los que no hemos disfrutado de forma efectiva ninguno de los derechos de ciudadanía que la Constitución del 78 proclama; todos los que hemos visto crecer con miedo a nuestros hijos y a los hijos de nuestros amigos; todos los que hemos borrado pintadas antes de que los niños fueran al colegio; todos los que hemos despedido a muchos amigos, a muchos escoltas, a muchos compañeros; todos los que hemos llorado juntos, los que nos hemos abrazado por tener un alcalde constitucionalista, todos los que nos hemos considerado “de los nuestros” sin preguntarnos por nuestra ideología o nuestras creencias.
He pensado que si leyendo estas cosas no devuelvo la memoria a quienes parecen haberla perdido quizá esté todo perdido… Pero, pensándolo bien, la clave de la victoria es que alguien siga recordando. Por eso he decidido seguir guardando papeles y cuadernos.
Cuando yo no esté mis hijos los leerán; y sabrán que hicimos todo lo que pudimos por evitar que ellos tuvieran que terminar la tarea.
“Debe haber algo extrañamente sagrado en la sal, porque está en las lágrimas y en el mar”. (Giberán Jalil)