Durante los casi dos meses que ha tardado en dilucidarse quién gobernará Asturias, en las tertulias se ha planteado de forma recurrente la cuestión: ahora se va a saber al fin si UPyD es de izquierdas o de derechas . Eso nos concede una importancia extraordinaria.
Resulta que se ha disuelto un parlamento autonómico, se han convocado unas elecciones, se ha llamado a los ciudadanos a votar de nuevo tan sólo un año después, se ha escrutado el voto, se han mantenido reuniones intensas entre los distintos partidos…
El derroche de energía ha resultado considerable desde cualquier punto de vista. ¿Y todo para qué? ¿Para saber si UPyD es de izquierdas o de derechas? Resulta prodigioso lo que es capaz de movilizar una sociedad con tal de ubicar a un partido con cuatro años de vida y unos cuantos miles de afiliados.
Pues bien, una vez que UPyD ha anunciado un acuerdo de legislatura con el PSOE e IU, podía pensarse que cobraría interés el conocer los términos del pacto : el cambio en la ley electoral, la fusión de municipios, el cumplimiento del déficit, la salvaguarda de los servicios públicos. Pero no.
El contenido de las políticas ha pasado a un segundo plano, si es que alguna vez estuvo en el primero. Los que hasta ayer nos tachaban de falangistas hoy nos consideran gente seria y responsable. Lo malo es que, ahora que unos van entrando en razón, otros empiezan a hablar de cabras que corren arrebatadas hacia el monte y nos piden responsabilidades por la decisión. Es lo que ha dicho, literalmente, el PP de Madrid, decepcionado por que no le hayamos pedido permiso antes de decidir nuestro voto en Asturias.
Eso hay que oír, a pesar de que el PP -que carece de visión a largo plazo para el país, pero sí la tiene para su partido- se alegre, por encima de todo, de que Foro no logre el poder en Asturias. Como compiten por el mismo electorado, tres años más de Gobierno de Cascos podrían haberlo consolidado como verdadera alternativa del voto conservador.
Esa perspectiva resultaba temible para el PP, porque convertía a Asturias en una nueva Cataluña o un nuevo País Vasco en un sentido: el de enfrentarse con poderosas fuerzas conservadoras autóctonas que hacen prácticamente inalcanzable su éxito, o más bien lo que ellos consideran el paradigma del triunfo: gobernar.
Que la política en España tiene un exceso tóxico de superstición ideológica no necesita ser demostrado. Tampoco requiere mayor explicación la dinámica de hacer política mercadeando con cargos. Lo complicado, al parecer, es hacer política con las políticas. Lo difícil de entender es que un político escriba en un papel las medidas concretas a las que aspira y las haga públicas.
Siendo todo ello tan elemental como es, resulta indicativo del grado de primitivismo de los partidos y los medios. Algunos aún lo achacan a un tropiezo o una intención oculta que algún día aflorará. Algunos aún creen que cuando Ignacio Prendes ha rechazado una consejería o un puesto en el Senado, lo hacía porque quería dos. De verdad, no le den más vueltas. A veces las cosas son lo que parecen.